Pocas películas logran transformar una historia familiar en una epopeya sobre las transformaciones de la sociedad. Vermiglio: La novia de la montaña, de la directora italiana Maura Delpero, es una de esas raras obras que consigue ser al mismo tiempo íntima y universal, personal y política, nostálgica y urgentemente contemporánea.
La película, que se estrenó en cines brasileños el 10 de julio, nació de una experiencia profundamente personal de la directora. “Todo comenzó con un sueño que tuve sobre mi padre justo después de su muerte. Él era un niño de seis años, muy feliz, jugando en la casa de su infancia en Vermiglio”, cuenta Delpero. Esa imagen onírica se transformó en un guion que ella describe como “una mezcla de conocimiento muy íntimo y, al mismo tiempo, una ignorancia que necesitas llenar con dramaturgia”.

Una guerra sin bombas
Ambientada en una remota aldea italiana durante la Segunda Guerra Mundial, Vermiglio sigue a la familia de Cesare (Tomaso Ragno), un maestro local cuya tranquila rutina se ve alterada por la llegada de Pietro (Giuseppe De Domenico), un soldado desertor. El romance entre Pietro y Lucia (Martina Scrinzi), la hija mayor de la familia, desencadena una serie de eventos que sacuden las estructuras tradicionales de la comunidad.
La genialidad del enfoque de Delpero está en su decisión de contar una historia de guerra sin mostrar una sola batalla. “Hemos visto tantas películas de guerra con muchas batallas y sangre. Pensé que no necesitábamos una más”, explica la directora. “Quería hablar de los que se quedaron en casa, de quienes sufrieron la guerra sin ser los héroes que celebramos en los libros de historia”.
Esa elección narrativa revela una aguda conciencia sobre la responsabilidad del cine contemporáneo. “Siempre tengo una duda: un joven que ve películas de guerra hoy puede emocionarse con toda esa adrenalina y querer ser ese soldado, porque es un héroe y tiene una vida fantástica. Pero una guerra es una mierda”, afirma Delpero con franqueza.
La mirada del documental
La experiencia de Delpero en documentales y su formación académica en literatura influyen directamente en su enfoque cinematográfico. “Mi carrera universitaria me formó para abordar lo que no conozco de forma muy filológica”, explica. “Siempre intento entender lo que puedo captar del territorio. No se trata solo de llegar con una producción unas semanas, grabar y hacer una película, sino de tratar de entender lo que el territorio ya tiene y puede ofrecer”.
El resultado es una película que logra equilibrar el rigor histórico con una poesía visual. Delpero describe su intención como crear “un mundo pictórico, una gran pintura larga, como un cuento pintado”. El proceso para definir la identidad visual tomó casi un año, y el resultado es una obra que ella define como “una película pintada”.
Relevancia contemporánea
Vermiglio destaca por su capacidad de conectar el pasado con el presente. La directora encuentra paralelismos sorprendentes entre la experiencia retratada en la película y la realidad actual. “La película habla de los eventos capitales de la vida: la vida, el deseo, la decepción y la determinación. La historia de amor —ella sufre porque no recibe una carta— es el mismo sufrimiento que el de no recibir un WhatsApp en 2025”, observa Delpero.
Esa universalidad temática es lo que hace de Vermiglio una obra esencial para los tiempos actuales. La narrativa documenta lo que la directora identifica como “el fin de un mundo, el fin de una comunidad, de un mundo comunitario”, marcando la transición de una sociedad tradicional a una modernidad individualista.
Así, la película no es solo una historia sobre el pasado. Es, por encima de todo, una reflexión sobre las transformaciones que han moldeado nuestra sociedad. Delpero lo ve como una de las almas de la película. “Pasamos de un extremo al otro. De un compartir físico y ausencia absoluta de compartir con lo que está fuera de tu pequeña aldea a una ausencia de compartir físico y un compartir absoluto con el resto del mundo”, dice.