La lista de los 100 mejores películas del siglo XXI según The New York Times, publicada la semana pasada, con Parásitos encabezando el ranking, representa un esfuerzo notable por democratizar la crítica al consultar a más de 500 profesionales de la industria cinematográfica.
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Sin embargo, un análisis cuantitativo de los resultados revela una realidad incómoda: a pesar de la calidad indiscutible de las cintas seleccionadas, la lista perpetúa una visión eurocéntrica y estadounidense del cine que no refleja la diversidad y riqueza de la producción audiovisual mundial del siglo XXI.

Números que no cuadran
Un análisis cuantitativo de la lista completa de 100 películas expone claramente la disparidad geográfica. De los 100 títulos seleccionados, aproximadamente 70 son producciones estadounidenses o con coproducción mayoritaria de EUA. Otros 15 filmes son de origen europeo (incluyendo Reino Unido, Francia, Alemanha, España, Suecia, Dinamarca, Austria y Polonia).
En contraste, la representación de otras regiones es alarmantemente baja:
- Asia: solo siete películas (Corea del Sur, Japón, Hong Kong, Taiwán, Irán);
- América Latina: cuatro películas (Brasil, México, Argentina);
- África: representación prácticamente inexistente;
- Oceanía: un película (Australia, en coproducción con EUA).
Esta distribución significa que el 85% de la lista está dominada por producciones estadounidenses y europeas, mientras que regiones que albergan más del 70% de la población mundial se quedan con solo el 15% del espacio.
¿Las 100 mejores películas del siglo XXI? ¿En serio?
No se trata de cuestionar la calidad de las cintas incluidas. Obras como Parásitos, Ciudad de Dios, Deseando amar y Una separación demuestran que cuando se consideran películas no occidentales, éstas destacan por su originalidad, profundidad y relevancia cultural. El problema radica en la estructura sistemática que limita esta consideración.
La presencia del cine asiático, aunque reducida, resulta particularmente significativa. Parásitos no solo encabeza la lista, sino que rompió barreras históricas al convertirse en la primera cinta en lengua no inglesa en ganar el Oscar a Mejor Película. Esto sugiere que la excelencia cinematográfica trasciende fronteras lingüísticas y culturales cuando hay apertura para reconocerla.
El cine latinoamericano es más que una sola voz
América Latina, con su rica tradición cinematográfica, merecía una representación más robusta. La inclusión de Ciudad de Dios en el puesto 15 es meritoria, pero la ausencia de otros hitos del cine regional es evidente.
¿Dónde están las películas de Alejandro González Iñárritu, Lucrecia Martel, Kleber Mendonça Filho o Ciro Guerra? La diversidad estética y temática del cine latinoamericano no puede resumirse en cuatro títulos.
México aparece con dos películas de Alfonso Cuarón, lo que, aunque es un reconocimiento al talento del director, no refleja la amplitud de la producción mexicana contemporánea. Argentina está representada solo por El secreto de sus ojos, ignorando una cinematografía que ha producido obras de relevancia internacional en las últimas décadas.

La ausencia africana
La virtual ausencia del cine africano es quizá la falla más grave de la lista. En un siglo que ha visto el florecimiento del cine de países como Senegal, Burkina Faso, Nigeria, Sudáfrica y Marruecos, la omisión es imperdonable. Directores como Abderrahmane Sissako, Souleymane Cissé, o la emergente industria de Nollywood simplemente no existen en el mapa cinematográfico del NYT.
¿En serio no hay ni una sola película africana mejor? ¿Nada superior a El reportero: La leyenda de Ron Burgundy, Aftersun, Todo en todas partes al mismo tiempo, El club de los desahuciados?
Esta ausencia no refleja falta de calidad, sino la persistencia de estructuras de distribución y crítica que marginan las producciones africanas. Es un recordatorio de que la globalización cinematográfica aún opera bajo términos desiguales.
El problema estructural con la lista de las 100 mejores películas del siglo XXI de The New York Times
La metodología de la lista, aunque bienintencionada, carga con sesgos inherentes. Consultar a 500 profesionales de la industria puede parecer democrático. Sin embargo, si estos profesionales están predominantemente insertos en los circuitos estadounidenses y europeos, el resultado inevitablemente reflejará esas limitaciones. La diversidad geográfica de los votantes no fue suficientemente transparente para garantizar una perspectiva verdaderamente global.
Además, la accesibilidad de las películas influye en su consideración. Obras que circulan en festivales internacionales y plataformas de streaming globales tienen ventaja sobre producciones que permanecen en circuitos regionales por cuestiones de distribución y financiamiento.
Un cine global
El siglo XXI ha sido testigo de una democratización sin precedentes de los medios de producción audiovisual. Las tecnologías digitales han permitido que cineastas de todos los continentes creen obras de calidad mundial con presupuestos modestos. Movimientos como el Cinema Novo brasileño, el Dogma 95 danés o el Nuevo Cine Rumano demuestran que la innovación cinematográfica puede emerger desde cualquier lugar.
Listas como la del NYT, dada su influencia, cargan con la responsabilidad de reflejar esta realidad diversa. Cuando se limitan a perspectivas occidentales, perpetúan estructuras coloniales de conocimiento que jerarquizan culturas e invisibilizan voces esenciales.
La lista de las 100 mejores películas del siglo XXI del New York Times representa tanto un logro como una oportunidad perdida. Logro por reunir obras magistrales que definieron dos décadas de cine. Oportunidad perdida por no trascender limitaciones geográficas y culturales que empobrecieron el resultado final.
El cine del siglo XXI es global, diverso y multilingüe. Es hora de que listas y críticas reflejen esta realidad. No se trata de inclusión por cuotas, sino de reconocer que la excelencia cinematográfica no conoce fronteras. Cuando ampliamos nuestra mirada más allá de los circuitos tradicionales, descubrimos que el mapa del cine mundial es mucho más rico y complejo que lo que cualquier lista puede capturar.
La verdadera medida de una gran lista cinematográfica no debería ser solo la calidad de las películas incluidas. Sino, más bien, su capacidad para revelar la diversidad y riqueza de la experiencia humana reflejada en el cine. Bajo este criterio, la lista del NYT, pese a sus méritos, sigue siendo un mapa incompleto de un territorio cinematográfico mucho más vasto y fascinante.