Para el director Félix Dufour-Laperrière, Death Does Not Exist (La mort n’existe pas, Francia y Canadá, 2025) es una película “sobre el compromiso político, pero también sobre el amor y la amistad”. Y añade: “Se trata de los lazos, del deseo de tener una vida para nosotros mismos y de la responsabilidad que tenemos, colectivamente, respecto a nuestro futuro común”.
Serían temas variados, ambiciosos y demasiado grandiosos por sí solos para un largometraje que ni siquiera llega a la hora y media. Pero esta película – exhibida en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2025 – recurre a una animación vibrante, que rebosa colores, y que alcanza un equilibrio paradójico entre el naturalismo y el surrealismo. Una vía singular hacia el espíritu, donde todos estos asuntos se cruzan en sus inmensas complejidades.
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Su inclinación política también es evidente. La trama sigue a Hélène (voz de Zeneb Blanchet), una joven que lidera a un grupo de amigos hacia un ataque armado contra una familia rica que, según explican los diálogos, ha causado demasiado daño al mundo. Son dueños de parques privados, empresas, recursos naturales e incluso ciudades enteras, contaminando todo mientras el planeta está al borde del colapso ambiental. El grupo duda: es la primera vez que recurrirán a la violencia contra seres humanos, pero concluyen que es su deber hacerlo por el bien común.
Los jóvenes atacan, pero, en el último instante, Hélène duda, y todo sale mal. Ella ve morir a todos sus amigos y logra huir al bosque. Allí, se encuentra con el espíritu de su mejor amiga muerta en combate, Manon (voz de Karelle Tremblay), que la guiará en una odisea con dos caminos: el de la conformidad con el status quo o el de la redención y la coherencia con el ideal de un futuro mejor… y todas las implicaciones que eso conlleva.
Death Does Not Exist es una odisea de color hacia conclusiones ambiguas
La tesis de Death Does Not Exist se construye a partir de un profundo dilema moral, mejor expresado por uno de sus personajes: “la violencia es imposible, pero dejar que todo se pudra también es imposible”. Otros aforismos en la película resaltan la urgencia de un cambio para evitar un colapso climático causado por la avaricia de los privilegiados. Pero Hélène, que retrocede en el último momento, está en un conflicto introspectivo. ¿Con qué, exactamente?

El guion, también firmado por Dufour-Laperrière, no ofrece muchas pistas: su narrativa es sucinta, más inclinada al poder de sus imágenes. Los diálogos revelan a una protagonista que, en el fondo, está atrapada entre el miedo a morir y las implicaciones éticas de cometer un asesinato, pura y simplemente. La alternativa es la complacencia – una traición a sí misma y a sus compañeros caídos. La película conduce la exploración de estos dilemas a través de episodios distintos marcados por paletas de colores.
Vale la pena destacar la dirección de arte de Death Does Not Exist, que alcanza un equilibrio aparentemente paradójico. Por un lado, hay un naturalismo en el diseño y las proporciones de los personajes humanos, así como en la representación de una violencia – humana y animal – gráficamente impactante. Por otro lado, el uso del color y la animación empuja la narrativa directamente al territorio de la fantasía y el surrealismo – quizás no tanto del simbolismo, dada una cierta arbitrariedad inconsistente. Los personajes se fusionan con el verde del bosque, los chorros de sangre se transforman en flores, los contornos de los rostros rejuvenecen y envejecen ante nuestros ojos.
La película de Dufour-Laperrière alcanza sus puntos más altos cuando la animación abraza este ímpetu creativo, un camino singular para abstraer la brutalidad de la violencia – ¿natural, inevitable, necesaria? – y transformarla en imágenes de esperanza por lo que está por venir. O, tal vez, algo parecido: sus fascinantes imágenes surrealistas funcionan como una forma de escapar de las cuestiones más espinosas, evitando someter a la protagonista a las consecuencias muy literales de su misión moralmente compleja.
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Esta es una curiosa contradicción de Death Does Not Exist, pues, a pesar de estar enraizada en ese espíritu #EatTheRich en su forma más radical y militante, la película evita declaraciones contundentes y opta por una conclusión alegórica, con bosques transformados en un mar que todo lo consume.
Tampoco es como si hubiera mucha sustancia desde el principio. La crisis climática es urgente, nadie lo niega. Pero con personajes sin profundidad o motivación para atacar a los ricos arquetípicos, el discurso termina sonando panfletario.