En el proceso de ver Lucky Lu (Canadá y Estados Unidos, 2025), no podría culparse a nadie que haya visto Ladrones de bicicletas (Italia, 1948) por pensar en el clásico neorrealista de Vittorio de Sica. El largometraje debut del cineasta coreano-canadiense Lloyd Lee Choi—que compite en el Festival do Rio 2025—podría incluso considerarse una especie de remake.
O quizá no tanto un remake, sino una actualización. Separadas ambas películas por casi 80 décadas tienen en común relatos detonados por bicicletas en contextos de marginación, prueba de que la precariedad no se crea sólo en la posguerra: la gig economy ya lo hace bastante con eficiencia de sobra.
¿De qué se trata?
Lu (Chang Chen) tiene un empleo informal en Nueva York como repartidor de comida en bicicleta eléctrica. Con su salario, logra rentar un pequeño departamento para vivir con su esposa y pequeña hija, quienes viajan a su encuentro desde China luego de años sin verse.
Sin embargo, cuando su bicicleta es robada y el alquiler resulta ser una estafa, Lu se encuentra en una carrera contra el tiempo para conseguir los medios de mantener a su familia a flote, antes de que lleguen a la ciudad.

Lucky Lu ilustra (y hace sentir) la precariedad económica de los migrantes
Si removemos el contexto de la Italia de la posguerra, la comparación de Lucky Lu con Ladrones de bicicletas es más que pertinente. La bulliciosa Nueva York no muestra una precariedad social tan visualmente evidente como la de Roma devastada por la Segunda Guerra Mundial, pero basta con conocer las condiciones del protagonista para entender que ahí está: basta un incidente desafortunado—ni decir dos—para que su situación económica y familiar de derrumbe.
Para evitar un sentido de miserabilismo e incluso de explotación Lloyd Lee Choi tiene el enorme acierto de presentar, desde el comienzo, las esperanzas del personaje. Entender que corre peligro el sustento de su hija—y que eso él lo siente como un fracaso—añade peso y angustia a la cadena de eventos que le seguirán, e incluso genera empatía por él cuando se atreve a ir a extremos moralmente cuestionables.
E igualmente, similar a la película de De Sica, el director alterna entre los puntos de vista del padre afligido y la mirada infantil que atestigua el resquebrajamiento moral desde una inocencia destinada a ser perdida.

Sin embargo, Lee Choi tampoco es indulgente ni totalmente parcial hacia su protagonista, exponiendo que la desgracia bien podría ser un pasado que lo alcanza. Su situación es, en general, desesperanzadora y solitaria, algo expresado por el apartado visual. La fotografía guarda su distancia siempre, encuadrando a otros personajes desde la espalda, privándolos de cualquier posible expresión de empatía en una ciudad de por sí fría.
Pero, una vez más, el espíritu de Lucky Lu no es de miserabilismo, sino de un realismo sincero y emotivo. Ahí yace su fuerza: es consciente de que, a pesar de una larga cadena de desgracias, puede haber esperanza si se mira lo esencial.
Lucky Lu forma parte de la selección del Festival do Rio 2025 y llegará a streaming próximamente.