He aquí una película a la que vale la pena acercarse sabiendo lo mínimo o, de preferencia, nada. Si acaso, se puede llegar a la sala con el conocimiento de que La vida de Chuck (The Life of Chuck, Estados Unidos, 2024) es adaptación de la novela corta homónima de Stephen King, contenida en la compilación La sangre manda (If It Bleeds, EUA, 2020). Para quienes no la hayan leído, incluso vale la pena evitar los tráilers que revelen cualquier información sobre la trama.
- Lee también: Crítica: Eddington, la sátira de lo obvio
Y lo decimos porque, desde su versión literaria, es una historia estructurada en actos específicamente para plantear un enorme misterio, cuyas respuestas serán presentadas en los siguientes. Intentaremos revelar lo menos posible, pero vienen leves spoilers a continuación.
¿De qué se trata?
Un profesor de preparatoria, Marty (Chiwetel Ejiofor) lidia con alumnos y padres en lo que parece el fin del mundo: el planeta se resquebraja entre terremotos y otras catástrofes climáticas. Marty reconecta con su exesposa, Felicia (Karen Gillan), una enfermera. Al mismo tiempo, por todo el mundo, comienzan a surgir espectaculares y anuncios de radio y televisión con las palabras “Charles Krantz: 39 increíbles años. ¡Gracias, Chuck!”. Nadie sabe quién es él.
Mientras tanto, el hombre, Chuck (Tom Hiddleston) agoniza en su cama. A lo largo de tres actos, contados en orden cronológico inverso, conoceremos la historia de vida de Chuck.

La vida de Chuck captura la belleza del horror cósmico
La película es dirigida por Mike Flanagan, en su tercera adaptación de King, después de El juego de Gerald (Gerald’s Game, EUA, 2017) y Doctor Sueño (Doctor Sleep, EUA, 2019). Ambos nombres podrían sugerir que estamos ante una película de terror. Y en cierto modo, sí lo es, sólo no en el sentido convencional.
Sin entrar en demasiados detalles, digamos que La vida de Chuck es horror cósmico, aunque no del todo en la concepción lovecraftiana del término. No hay tanto un pavor por los misterios del universo, pero sí un sentido de la inevitabilidad del destino y de la insignificancia humana en la enormidad del cosmos, fríamente indiferente a la brevedad de nuestra existencia.
Flanagan expresa esto con maestría en el tercer acto (presentado primero en la narrativa), donde atestiguamos nuestras ansiedades contemporáneas como el cambio climático y la hambruna devorando por completo al mundo. Pero hay, también, tragedia, humor y esperanza. Algunos lloran la crueldad de que, en medio de todo, también haya desaparecido la pornografía en internet. Matrimonios de años son abandonados por amores de secundaria. Otras relaciones, como la de Marty y Felicia, vuelven a florecer.
Como asiduo del terror que es, Flanagan logra equilibrar ambos tonos. Por un lado, existe este pavor ante la pequeñez humana y la mortalidad, que el director logra transmitir en la manera paulatina en que expresa el inminente final de todo: la oscuridad y el silencio impactan, a pesar de no ser sorpresas. Sobre todo en el tercer acto de la película (el primero en el orden de presentación, insistimos), el panorama puede ser desolador a pesar de los destellos de amor aquí y allá.

Pero la estructura de La vida de Chuck es vital para entender lo que Flanagan y King intentan decirnos sobre la experiencia. La historia de Chuck (interpretado en diferentes instancias por Tom Hiddleston, Jacob Tremblay, Benjamin Pajak y Cody Flanagan), al menos en la forma en que nos es presentada, es un recorrido en orden cronológico inverso de una vida extinta poco a poco, puntualizando la pérdida de su joie de vivre.
En este sentido, la película tiende a caer en cierta cursilería, ayudada en buena medida por la narración de Nick Offerman. No porque sea mala (escuchar a Offerman siempre es agradable), sino porque, si bien el director la utiliza inicialmente para brindar sutilezas del contexto, tienda a abusar de ella hacia el final, explicando en demasía y acentuando lo que ya es obvio.
Pero, en términos generales, estos tropiezos no son suficientes para desequilibrar una película que ya logra caminar una complicada línea: la del horror cósmico y la esperanza por la vida típica de una feel-good movie, capaz de provocar ansiedad existencial y curarla en iguales medidas. Una historia que comprende que el peor horror de la vida no es que termina, sino habérsela perdido.
La vida de Chuck llega a salas de cine mexicanas el 21 de agosto.