Frankenstein, película que llega a los cines mexicanos este jueves, 23, es uno de los grandes proyectos en la carrera del cineasta mexicano Guillermo Del Toro. Apasionado de los monstruos, él tenía en la criatura de Mary Shelley un objetivo, una guía, un fin. Es un tanto decepcionante, así, que el filme tan planeado por él no sea su opus magnum. Su gran proyecto. Visualmente bella, la cinta no tiene nada que decir narrativamente. Es una adaptación con algunas ideas, pero sin ninguna gran reinterpretación de verdad.
La historia, pues, es la misma que conocemos. Victor Frankenstein (Oscar Isaac) es un científico que quiere burlar a la muerte. Muestra que consigue revivir cadáveres con técnicas inusuales, dándoles vida a los que ya la perdieron. Acaba convenciendo a un magnate (Christoph Waltz) para que financie su proyecto, quien le da espacio y tecnología al científico para que juegue a ser Dios. Y es ahí donde comienza la travesía de Victor para darle vida a un monstruo (Jacob Elordi) hecho de partes de cadáveres. Es el intento de mostrar que la muerte no es el fin.

Frankenstein de Del Toro: una adaptación sin qué decir
Del Toro, básicamente, hace una adaptación bastante fiel al libro de Mary Shelley, esa obra maestra de la literatura gótica y una de las pioneras de la ciencia ficción. Obviamente, en una primera capa, esa fidelidad al original — con algunos cambios y añadidos por aquí y por allá — es reconfortante. Claro. Principalmente después de darnos cuenta de que las últimas apariciones del monstruo en el cine fueron en títulos como Yo, Frankenstein. Adaptaciones chafas, casi insultos al material original. Del Toro revierte eso.
Pero, al mismo tiempo, es cuestionable si esa cercanía exagerada con el original, en una adaptación sin ninguna gran novedad, no es falta de algo que decir. Mary Shelley publicó el libro en 1818. Universal Pictures hizo una adaptación histórica en el cine ya en 1931. ¿Cómo, en 2025, seguimos escuchando la misma historia? ¿Cómo no hay nada más que añadir en la adaptación?
La sensación, al fin y al cabo, es que esta nueva película de Del Toro fuera una reinterpretación fría de lo que Mary Shelley escribió hace 200 años. La emoción del libro se transparenta aquí y allá, en aspectos que serán tratados más adelante en este texto, pero nunca toma el mismo cuerpo e intensidad.
Cambios sutiles
Los cambios son mínimos. Hay una reducción de la “monstruosidad” de la Criatura. Elizabeth (Mia Goth), personaje mucho más apático en otras adaptaciones, se vuelve más compleja aquí. Del Toro dijo, en eventos de promoción, que incluyó toques latinos-católicos y con algunas alusiones religiosas. Sería, así, el gran cambio de tono. Pero eso, de nuevo, es mínimo. La religiosidad surge a partir de algunos símbolos en escena (una mesa en forma de cruz, por ejemplo), mientras que la latinidad quizá recaiga solamente en Oscar Isaac.
La propuesta de Frankenstein, así, ¿es solo intentar crear una nueva adaptación definitiva? ¿Será que no tenía nada nuevo que decir?
Queda una sensación de historia repetida, de más de lo mismo. Obviamente, hay elementos del filme que dan un aire de gran producción que hace tiempo no aparecían en las reinterpretaciones de Mary Shelley. Pero, de nuevo, ¿será que eso es suficiente para una película de Del Toro?
Buen reparto y visuales impecables en Frankenstein
Es innegable que dos cosas funcionan muy bien en Frankenstein: el reparto afiladísimo y el visual que te llena los ojos. Isaac (Ex-Máquina, El Año Más Violento) está en uno de sus mejores trabajos en el cine. La locura de Victor Frankenstein toma forma de manera comprensible — entiendes su dolor, sus anhelos y sus miedos sin necesitar mucha explicación narrativa. Es lo que hace un gran actor. Consigue que el público entienda todo con una mirada, un grito, un silencio. Oscar Isaac en plan grande.
Jacob Elordi no es el mejor monstruo que verás dentro de las decenas de creaciones. Boris Karloff fue quien lo definió. Pero, aun así, el actor de Euphoria y Priscilla muestra que tiene una buena conciencia escénica. Pone fisicalidad en escena y sabe controlar la emoción, transformando a la Criatura en un ser más comprensible, quizá. La empatía que sentimos en las páginas es traducida por él a la pantalla.
El resto del reparto no tiene el mismo brillo, hay que decirlo. Mia Goth tiene algunos buenos momentos, pero lejos de ser un gran destaque. Christoph Waltz, por su parte, parece estar siempre haciendo el mismo papel desde hace años. Le falta un poco más de complejidad a su Harlander.
Pero lo mejor de lo mejor son los escenarios. Todo es grandioso — dándonos cuenta de cómo Netflix apostó todas sus fichas en la producción, ya con miras a la temporada de premios. Los efectos prácticos, ya sea en la criatura en sí o en los otros experimentos de Victor, también le dan fuerza de producción. Ya podemos contar con nominaciones de la película en categorías como Mejor Dirección de Arte, Mejor Vestuario (gracias a los bellos vestidos del personaje de Mia Goth) y Mejor Maquillaje y Peluquería. La cinta también debe llegar viva a Mejor Película y Actor, principalmente con Netflix perdiendo espacio con Jay Kelly, cada vez más de lado, y Casa de Dinamita, bastante divisiva.
El monstruo sin alma
Curiosamente, la película de Del Toro padece del mismo mal de su Criatura. Tiene cuerpo, pero no tiene alma. Tiene belleza, pero no tiene contenido. Repetir una historia contada en el cine desde hace décadas (¡casi un siglo!) sin algo nuevo es solo el intento de mostrar la grandiosidad estética de la cosa. Nada más. Sí, es innegable que la producción es padrísima. Tampoco se puede negar que el reparto está muy bien, especialmente Isaac y Elordi. Pero eso, de nuevo, no basta para encantar, para emocionar, para sorprender.
Frankenstein, película que llega llena de expectativas, está más para La Cumbre Escarlata que para El Laberinto del Fauno. Hay belleza y compromiso, pero poca novedad. En una adaptación que atraviesa más de 200 años de existencia, hecha por un gran cineasta latino como Del Toro y con el valor de producción que tiene, la expectativa es al menos una buena idea detrás de todo. Una nueva mirada. Un ángulo inédito para un tema que ya ha sido muy estudiado, tratado, pensado. Tal como quedó, la frialdad impera y el buen cine de Del Toro se ve menos vistoso. Una pena: tenía todo para ser una de las grandes películas del año. Pero pasa sin pena ni gloria.