No podría culparse a nadie por pensar que El payaso el maizal (Clown in a Cornfield, Estados Unidos, 2025) es otra película de terror con payasos asesinos. Y vamos, sí lo es, pero no en el sentido más genérico y lamentable. En realidad, es más una comedia slasher que se burla de las convenciones del subgénero, entre varias otras cosas.
- Lee también: Crítica de Tron: Ares: impriman más creatividad
El resultado puede no ser tan ingenioso como se esperaría de una comedia de terror que pretende burlarse de la actual polarización generacional y política de los Estados Unidos. Pero cualquier fan del terror, sus absurdos y contradicciones, encontrará bastantes motivos para reír aquí.
¿De qué trata?
Luego de una tragedia familiar, la adolescente Quinn (Katie Douglas) y su padre (Aaron Abrams) se mudan al pueblo rural de Kettle Springs, Misuri. Ahí, la comunidad ha sufrido una tragedia: un incendio en la fábrica de jarabe de maíz Baypen cobró vidas y dejó a muchos sin empleo. Muchos culpan a Cole Hill (Carson MacCormac), hijo del alcalde y dueño de la fábrica, y a su grupo de amigos.
Quinn se une al grupo, que tiene por afición crear videos en los que la mascota de Baypen, Frendo el payaso, comete asesinatos ficticios. Sin embargo, cuando muertes muy reales comienzan a ser perpetradas por un asesino disfrazado como el payaso, el grupo de amigos descubre una conspiración más compleja.
El payaso del maizal se burla de las brechas generacionales y políticas
Desde el primer minuto, esta película recurre a los diálogos para establecer las diferentes costumbres y visiones de mundo que chocan entre generaciones, como los gustos distintos en música o cambios en normas de convivencia. El grupo de adolescentes, por ejemplo, son estigmatizados en el pueblo, y criticados por hacer videos en redes sociales.
Estas brechas cobran un mayor significado cuando los asesinatos de Frendo introducen violencia a la ecuación y polarizan a las facciones. El director y coguionista Eli Craig toma una postura clara que critica el estancamiento moral nostálgico de la generación boomer. No obstante, no deja de burlarse de la frivolidad o franca incompetencia de los millennials y centennials, capaces de producir videos en minutos, pero derrotados por un teléfono de disco.
A pesar de que la violencia en pantalla puede ser explícita y violencia, es aquí donde El payaso del maizal se planta firme en la comedia. Las convenciones del slasher son objeto de burla frecuente, si bien nunca llegan a ser subvertidas. Los personajes son conscientes de lo que el color de piel puede significar para una víctima potencial, y las ejecuciones llegan a alcanzar una sensibilidad de comedia “de pastelazo”.
Al ver a los personajes como arquetipos amplios, se vuelve evidente que el todo es una alegoría para algo más grande. Empresarios, políticos y fuerzas del orden se coluden para crear histeria, dividir y conquistar. No resulta difícil pensar en el payaso de la Casa Blanca en Washington y extrapolar los hechos a una sátira sobre la división social de los Estados Unidos en la actualidad.
Sin embargo, El payaso del maizal no va mucho más allá de eso. Y tampoco está mal. No es una película tan inteligente como cree ser, pero sí que garantiza risas y un gran rato en el cine para fans de los slashers.
