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“Afortunadamente fue una noche medio cálida, así que fue conveniente que estuviéramos en calzones”, agregó, riendo. La inusual escena es solo una pequeña muestra de lo que se puede esperar de esta nueva producción que se sumerge en el submundo de la vida nocturna neoyorquina.

Black Rabbit: Un dúo que sostiene la trama
Creada por Zach Baylin (nominado al Oscar por King Richard) y Kate Susman, Black Rabbit apuesta todo a la química entre Jude Law y Jason Bateman para sostener ocho episodios de más de una hora cada uno. Jake (Law) es el carismático dueño de The Black Rabbit, un restaurante que está a punto de convertirse en el lugar más de moda de Manhattan. Pero cuando su hermano Vince (Bateman), adicto a la heroína y al juego, regresa al negocio, la conocida fórmula de “familia disfuncional + crimen + Nueva York” entra en acción una vez más.
La serie se beneficia enormemente de las locaciones reales de Nueva York. Como explicó Kate Susman durante la conferencia de prensa, “obtienes mucho más por tu dinero” filmando en las calles de la ciudad, donde “la gente, el ruido, la suciedad, los coches y los taxis” ofrecen una autenticidad imposible de replicar en un estudio. “No pudimos haber hecho esto en ningún otro lugar”, afirmó. Sin embargo, esta riqueza visual no logra enmascarar por completo algunas deficiencias narrativas que comienzan a aparecer a medida que avanzan los episodios.
El gran as de Black Rabbit reside en la sociedad entre Law y Bateman. La dinámica fraternal entre Jake y Vince funciona porque ambos actores logran equilibrar momentos de genuina ternura con convincentes explosiones de ira. “Puedes pelear lo que quieras, pero siempre serás hermano”, explicó Bateman durante la conferencia. “Cuando estamos interpretando las escenas de conexión y profunda empatía, eso también es fácil debido al afecto natural que tenemos el uno por el otro”. Law complementa que “mucho de esto ya estaba en las páginas [del guion]”, pero es en la pantalla donde la magia realmente sucede.
Villanos, excesos y comparaciones
Otro punto destacado es Troy Kotsur, ganador del Oscar por CODA, como el jefe del crimen Mancuso. “Mencionó hace años que le encantaría interpretar al villano, como el chico malo”, reveló Zach Baylin. “Cuando empezamos a escribir el papel de Mancuso, era la única persona. Fue escrito para él”. Bateman, quien también dirige algunos episodios, explicó cómo trabajó con Kotsur. “No necesita compensar el hecho de que no está hablando para comunicar el peso y la seriedad de este personaje”, dijo.
Sin embargo, Black Rabbit tropieza donde muchas series de crimen contemporáneas fallan: en la extensión innecesaria. Con episodios que superan los 60 minutos, la serie a menudo se estanca, repitiendo ritmos familiares y llenando diálogos con malas palabras que parecen más un tic nervioso de los guionistas que elecciones estilísticas. El ritmo, que debería ser frenético como la vida nocturna que retrata, a veces se arrastra de forma casi opresiva.
La fórmula “Ozark en Nueva York” es demasiado evidente para ignorarla. Bateman claramente intenta recrear la magia de su serie anterior de Netflix. Sin embargo, no siempre logra equilibrar los dilemas financieros, las crisis familiares y las cuestiones morales con la misma destreza.
“A todos nos atraen las cosas que son, esperamos, un poco más desafiantes”, explicó sobre la elección de proyectos más complejos. “Para dar en ese blanco más pequeño, se necesita que todos los departamentos hagan un trabajo realmente bueno”. Mientras que Ozark tenía la novedad de un contador convertido en lavador de dinero, Black Rabbit navega en aguas más conocidas del submundo gastronómico neoyorquino.

Crítica dividida y saldo final
La crítica especializada se dividió sobre el resultado final. Mientras algunos elogian las actuaciones centrales y la dirección sofocante, otros señalan que la intensidad constante se vuelve simplemente opresiva, no la variación necesaria para sostener ocho horas de tensión. La sensación es de una serie que sabe a dónde quiere llegar, pero no encuentra el camino más eficiente para lograrlo.
El proceso colaborativo entre creadores y estrellas, destacado durante la conferencia de prensa, es evidente en la pantalla. Law y Susman revelaron que trabajar juntos desde antes de la primera página escrita permitió un desarrollo orgánico de los personajes. Este cuidado se refleja en momentos genuinos de conexión emocional, incluso cuando la trama general pierde el rumbo.
Black Rabbit no es una mala serie: hay momentos de genuina tensión y las actuaciones principales son consistentemente sólidas. Pero tampoco logra liberarse por completo de las convenciones del género ni justificar plenamente su duración extendida. Para los fans de Bateman y Law, la serie ofrece un vehículo decente para sus talentos. Para quienes buscan algo verdaderamente innovador en el universo de los thrillers de crimen, quizás sea mejor buscar en otro lugar del menú de Netflix.