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Crítica: ‘La hermanastra fea’ y la tortura de la belleza

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Cenicienta pero por vía del horror corporal” podría sonar como una descripción poco halagadora, considerando la reciente moda de avariciosas, pero muy medianas, películas de terror que adaptan cuentos de hadas. Sin embargo, La hermanastra fea (Den Stygge Stesøsteren, Noruega, Polonia, Suecia y Dinamarca, 2025) es mucho más que una mera adaptación para ganar unos dólares con unos cuantos sustos baratos. Y lo es, precisamente, por lo mucho que tiene que decir sobre el cuento mismo en que se inspira.

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Por extensión, el largometraje debut de la directora y guionista Emilie Blichfeldt es, también, una ácida sátira de la misoginia internalizada en tantos relatos similares, que perpetúan ideales de belleza tan exagerados como francamente nocivos y violentos. Es, por lo tanto, una película más emparentada estética, temática y tonalmente con La sustancia (The Substance, Francia, Estados Unidos y Reino Unido, 2024), éxito de body horror del año previo.

¿De qué se trata?

La viuda Rebekka (Ane Dahl Torp) tiene dos hijas: Elvira (Lea Myren) y Alma (Flo Fagerli). Creyendo que tiene dinero, se casa con un viejo viudo, Otto (Ralph Carlsson), que tiene una hermosa hija, Agnes (Thea Sofie Loch Næss). Sin embargo, cuando él muere repentinamente, descubre que están en la quiebra y sus sueños de riqueza se desvanecen.

El resentimiento crece pues Agnes desdeña a Rebekka y sus hermanastras por no venir de alta cuna. Mientras tanto, para mejorar las finanzas familiares, la madrastra planea casar a Elvira con el príncipe Julian (Isac Calmroth), quien ha convocado a un baile por el reino. Aunque Elvira está obsesionada con la idea de casarse con el príncipe, su madre sabe que no tiene oportunidad, sobre todo comparada con Agnes, así que la somete a una serie de tratamientos y cirugías estéticas cada vez más brutales, para hacer de ella una mujer hermosa y agraciada.

La hermanastra fea (The Ugly Stepsister)
La película explora las dinámicas de la misoginia internalizada incluso entre mujeres, madre e hija (Crédito: Cine Caníbal)

La hermanastra fea ilustra todas las presiones sistémicas de ser mujer

La grandiosidad tanto del cine de terror como de los cuentos de hadas yace en su flexibilidad para abordar ciertas cuestiones en forma de alegoría o subtexto sutilmente enmascarado en la fantasía. Excepto que Blichfeldt tiene la misma sutileza que un golpe de cincel y martillo directo a la nariz. Lo que en otras manos daría para una queja, es un cumplido en este caso.

Sí, La hermanastra fea es burda en su crítica a la industria de la belleza y la arbitrariedad de sus estándares, que si bien consisten en asfixiantes corsés, escuelas de refinamiento, dolorosos tratamientos y otras monstruosidades autoinfligidas en el mundo de la película; bien podrían traducirse a los regímenes alimentarios de ayuno, tratamientos con semaglutida y aspiracionismo estético tiktokero de nuestra era.

Sin embargo, lo interesante está en que Blichfeldt no se queda en la superficie, sino que entiende estos vicios como parte de una misoginia sistémica en el que estos patrones de belleza son síntoma de una enfermedad donde se conjugan factores como la independencia económica (o la imposibilidad de la misma), la moral sexual y sus entrelazadas hipocresías. ¿Qué mayor horror que someter el propio cuerpo a las azarosas voluntades del deseo masculino, única vía para escapar de una miseria asegurada—o, peor aún, dar esa salida a alguien más?

La hermanastra fea (The Ugly Stepsister)
La hermanastra fea brinda un horror que se vuelve difícil de mirar en incrementos (Crédito: Cine Caníbal)

Ese horror, aquí, se vuelve real y tangible en el cuerpo de la protagonista, que al no encontrar mayor valor en sí misma que como ficha de cambio familiar o como prospectiva esposa sumisa, se abandona a los mandatos del “mercado”.

La directora, en conjunto con su fotógrafo Marcel Zyskind y sus diseñadoras de producción y de arte, Sabine Hviid y Klaudia Klimka; encuentra un delicado balance entre la elegancia de un drama de época y el horror de la transformación corporal en sus formas más abyectas y sangrientas.

Todo el conjunto es hábilmente atravesado por un sentido del humor satírico que sobrepasa un punto del que no hay retorno: todo es risas y diversión hasta que ese abandono se convierte en imágenes que hacen difícil sostener la mirada a la pantalla. Y conseguir con éxito tal acto de equilibrismo, hace de Blichfeldt una cineasta a la que no debemos perder de vista.

La hermanastra fea llega a salas de cine mexicanas el 11 de septiembre.

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