Cuando pensamos en el cine de Darren Aronofsky, ¿qué viene a la mente? Títulos como Réquiem por un sueño, ¡Madre! y La ballena siempre traen una sensación de incomodidad —te gusten o no— a partir de personajes perturbados en escenarios extraños, a veces bizarros. Por eso resulta tan raro y curioso encontrarse con una película como Atrapado robando, el nuevo trabajo de Aronofsky que llega a los cines este jueves 28.

¿De qué trata Atrapado robando?
La trama, que parece un collage de ideas sacadas de Guy Ritchie y de los hermanos Coen, habla de Hank (Austin Butler). Él es un exjugador de béisbol, promesa del deporte, que vive en un cuartucho estrecho. Su vida cambia, sin darse cuenta, cuando el vecino punk (Matt Smith) se va de viaje y deja al gato bajo el cuidado de Hank. Ese simple acto desencadena una ola de violencia, ya que el protagonista es confundido y visto como aliado del vecino, quien debe dinero a mafiosos ucranianos y hasta a dos violentos hermanos judíos.
A partir de ahí, Aronofsky —en la película “menos Aronofsky” de su carrera— hace una comedia de enredos genuinamente graciosa, aunque sin personalidad, sobre estos personajes yendo y viniendo en una ola de violencia. Hank parece no tener tregua. Todo a su alrededor empieza a desmoronarse. Y él no tiene absolutamente nada que ver con eso ni siquiera entiende lo que pasa. Violencia y humor se entrelazan, sin que uno avance sobre el otro.
Esto significa, en líneas generales, que Atrapado robando es una película con lado A y lado B. Hay humor situacional, típico de los hermanos Coen, y también un cine muy urbano, de personajes al margen, con el estilo de Guy Ritchie, intentando sobrevivir en la selva de concreto que es Nueva York en algún año del siglo pasado. Dos elementos que funcionan, aunque en desarmonía, aquí y allá, y que producen un resultado satisfactorio en la pantalla del cine.
¿Dónde está Darren Aronofsky?
La gran cuestión en torno a Atrapado robando, que también cuenta con un buen elenco liderado por Butler (Duna: Parte II) y con buenos actores de reparto como Zoë Kravitz, Vincent D’Onofrio y Matt Smith, es la falta de personalidad de la producción. Aronofsky, desde Pi, construyó una especie de persona alrededor de su nombre y de su cine. Es extraño, provocador, un tanto bizarro —y ciertamente polémico, con gente amando odiar todo lo que hace.
Es obvio que un cineasta puede probar límites, lenguajes y géneros. Vaya, mira la carrera de Kubrick, de Steven Spielberg, de Martin Scorsese, de Alfonso Cuarón. Son cineastas que nunca se conformaron con ser una sola cosa —fueron todo lo que quisieron y más. Hicieron dramas, ciencia ficción, comedia. Aronofsky, aunque se quede un poco lejos de esos citados, tiene derecho de intentar ir más allá. El problema es la pasteurización del riesgo.
Diferentes miradas
Cuando Kubrick dirigía comedia, se percibía su mano y personalidad. Se sentía que era la misma mente brillante detrás de 2001, El resplandor y Dr. Insólito. Existían ideas y conceptos que dialogaban. Esta película de Darren Aronofsky, por más eficaz que sea en sus objetivos, parece un trabajo apático del cineasta. Es como si fuera solo para cumplir objetivos de productores. No se ve la firma del director. Es un problema que solo crece en el cine, cada vez más detrás de fórmulas genéricas para streaming.
Aronofsky prácticamente se esconde en Atrapado robando. Entrega una película graciosa, bien actuada, con buenos momentos de tensión, pero que nunca llega más allá justamente por la falta de querer hacer cine. Es un producto interesado en cumplir fórmulas y demás. Y ya que hablamos de Aronofsky, eso no podría ser peor. El cine necesita ser confrontación, necesita tener ideas. Cuando todo eso se desvanece, es hora de preguntar cuál es el camino.